Comentario
En las creencias religiosas de los aztecas y en el conjunto de sus ritos, sacrificios, fiestas, organización sacerdotal y, en una palabra, en la totalidad de sus formas de culto, había elementos de orígenes muy diferentes entre sí. Pervivían tradiciones de gran antigüedad, herencia en común de muchos pueblos en el ámbito del México antiguo. Algunos elementos provenían de la etapa preclásica, anterior a la era cristiana. Muestra de ello es la veneración al dios del fuego, el que se conoce también como Huehuetéotl, "el dios viejo".
En la religión de los aztecas perduraron asimismo creencias cuyo origen cabe derivar de las culturas que habían florecido en las costas del golfo de México. Probable ejemplo lo ofrecen la adoración de deidades como Tlazoltéotl, la diosa que enciende el amor lujurioso y que es a la vez "devoradora de inmundicias", o la veneración a Xipe Tótec, dios fecundador, "Nuestro señor el desollado." En este contexto importa recordar a otros númenes, con raíces muy antiguas, en los comienzos mismos de la alta cultura en Mesoamérica, es decir, entre los olmecas, que vivieron el primer milenio a.C., en la zona fronteriza entre los actuales estados de Veracruz y Tabasco. Algunas de las deidades adoradas por los olmecas, fueron también invocadas más tarde en el ámbito maya, en el de los pueblos de Oaxaca y en otras regiones. Entre esos dioses destacan Tláloc, el propiciador de la lluvia, Chalchiuhtlicue, "la del faldellín de jade" y Quetzalcóatl, "Serpiente emplumada".
Legado, asimismo, para los aztecas fue mucho de las creencias y prácticas religiosas de las metrópolis de Teotihuacan (siglos II-X d.C.) y Tula (siglos X-XI d.C.). En una y otra habían sido ya objeto de adoración varios de los númenes que hemos mencionado. Pero el panteón mesoamericano llegó a enriquecerse todavía más en dichos lugares. Aparecen así Xochipilli, "el príncipe de las flores", el protector de las artes, así como Tezcatlipoca, "el espejo que ahuma". A todo ese sustrato, que incluía múltiples mitos y doctrinas, formas de sacrificios y otras variadas prácticas, se sumaron, finalmente, las creencias de grupos que, más tarde, vinieron a asentarse en la región central de México. Nos referimos a los que se nombraron genéricamente chichimecas, los seminómadas de la flecha y el arco que, tras un largo proceso de aculturación, comenzaron también a establecerse en pueblos, imitando la vida civilizada de los antiguos toltecas.
Justamente los aztecas, uno de los grupos que a la postre vinieron a ubicarse en el valle de México, traerían también sus formas de culto y sus propios dioses tutelares. Entre éstos sobresalen Huitzilopochtli, "el colibrí de la izquierda", que habría de identificarse con el sol, y la madre de éste, Coatlicue, "la de la falda de serpientes
Aunado lo netamente azteca con todo aquello que provenía de etapas y pueblos muy diferentes, la religión prevalente en México-Tenochtitlan al tiempo de la conquista española era en realidad resultado de largos procesos de fusión o sincretismo. Ahora bien, hemos de subrayar desde un principio que, por obra de los sacerdotes y sabios, ese gran conjunto de elementos religiosos, lejos de ser un confuso agregado, había alcanzado un ordenamiento en función de la división del mundo y los ideales de la nación azteca.
Hurgando en ese universo de la religión del México antiguo, con base siempre en los códices y en los textos que se conservaban en lengua indígena, trataremos aquí acerca de algunos aspectos que consideramos más significativos. Abarcan éstos los mitos de los orígenes, el gran ciclo en torno a Quetzalcóatl y la suprema divinidad dual, las creencias y ritos específicos del mundo azteca, sus fiestas y sacrificios y, finalmente, la aparición de una nueva actitud que, con todas las salvedades que se quiera, puede describirse como "filosófico-religiosa".